
No hay dos modelos en pugna, hay tres.
El gobierno repiquetea en su propaganda electoral con que hay dos modelos en pugna: el suyo “productivo y de inclusión social”, y el de la oposición a su derecha “neoliberal y de exclusión”. Por Humberto Tumini.
Los opositores por su lado también dicen lo mismo: está el del gobierno, un “capitalismo de amigos” que ha fracasado, y el nuestro; a este último, tanto el tandem Macri/De Narváez como el de Carrió/Cobos/UCR, omiten explicar demasiado a los efectos de que no se les note el tufillo noventista.
Analicemos un poco más detenidamente ambos modelos para ver de qué nos están hablando. El de la derecha ya lo vivimos en carne propia durante treinta años: destrucción, extranjerización, privatización y concentración productiva, feroz endeudamiento externo, retrógrada distribución de la riqueza, fractura social, pobreza, desempleo y marginación. También represión a la protesta social, corrupción generalizada, alineamiento internacional con los EEUU, degradación de la política, indulto y olvido para con los crímenes de la dictadura, etc.. No hace falta que nos extendamos demasiado sobre lo harto conocido. Tanto el Pro-peronismo como el Acuerdo Cívico proponen, con sus más y sus menos, de la mano de un acuerdo con los distintos sectores de poder, un regreso a esta historia. Eso está claro.
El gobierno por su lado, dijo que venía a revertir aquel estado de cosas. A construir “un país en serio”. Prometió reindustrializar, realzar el papel del Estado, democratizar la economía en beneficio de los más pequeños, renacionalizarla, generar empleo y dignificarlo, combatir la pobreza, redistribuir mejor la riqueza y desendeudarnos. También mejorar la calidad institucional, renovar la política, combatir la corrupción, dar un vuelco en la política de DDHH y en las relaciones internacionales priorizando nuestra región y alejándose de los yanquis.
Han pasado ya seis años de esas promesas, de materialización del modelo kirchnerista. Podemos analizar que se hizo y que no. Por lo pronto en el haber hay que computar no pocas cosas: la economía creció fuertemente, aprovechando las excelentes condiciones para ello, también la industria; se generaron muchos puestos de trabajo, disminuyeron la pobreza y la indigencia; se avanzó no poco en desendeudar el país, particularmente con el canje; se nombró una Corte Suprema de Justicia respetable, hubo un viraje de 180º en la política de DDHH, como también en las relaciones internacionales en dirección a lo prometido. Además una destacable negativa a reprimir la protesta social.
Pero en otros terrenos las palabras superaron a los hechos. No se afectaron seriamente rentas extraordinarias indispensables para cualquier proyecto nacional que pretendiera ser exitoso. No se modificó casi el sistema impositivo retrógrado que tenemos, ni se tocaron la ley de entidades financieras de la dictadura o las que rigen la minería, herencia del menemismo. Tampoco se afectó la propiedad privada del petróleo y el gas, ni se puso al Estado como un actor vigoroso. Producto de todo ello la estructura económica argentina del 2003 a la fecha no ha dejado de concentrarse y desnacionalizarse. Haciéndole en este sentido concesiones a los grandes grupos económicos mineros y sojeros inexplicables, como el veto a la Ley de Glaciares y la demora en mas de un año para reglamentar la de Bosques (que solo el desastre de Tartagal destrabó).
Cuando se buscó afectar la renta agraria, luego de 5 años y de enormes ganancias de los pools de siembra y los terratenientes en el interín, se lo hizo mal, se les regaló a los grandes el apoyo de los pequeños y medianos, y se perdió la batalla; con consecuencias que exceden a este gobierno. A la renta financiera tardaron 6 años en afectarla parcialmente a través de la nacionalización de las AFJP; y lo hicieron luego de haber agotado toda posibilidad de obtener esos recursos por otro lado (hasta sacaron un decreto para pagarle, en medio de la crisis financiera internacional, toda la deuda cash al Club de París, para que este les prestara plata fresca).
Por todo ello no se modificó prácticamente la distribución de la riqueza, que sigue tan horrible como hace seis años (el 10% más pobre gana 30 veces menos que el 10% más rico). Y también por esas razones la recuperación del empleo no vino acompañada de mejores condiciones laborales (40% de trabajadores en negro) ni de -seriamente- una recuperación salarial, salvo en ciertas franjas. La pobreza y la indigencia bajaron, pero entraron hace ya rato en una meseta, y permanece vigente el núcleo duro de las mismas.
En resumidas cuentas se apostó a nuestra supuesta “burguesía nacional” -y también a ciertas empresas extranjeras- mucho más que a mejorar las condiciones de los sectores populares. Pensando que serían el motor del nuevo desarrollo. Gravísimo error, aquellas boicotearon el proyecto desde adentro (subiendo los precios por ejemplo, o no invirtiendo sus pingues ganancias) y ahora directamente se pusieron afuera. Ya sacaron lo que buscaban, pero esto no era lo suyo. Los sectores populares apoyaron (ahora claramente menos) porque creció el empleo y bajó la pobreza, pero nadie se enamoró del gobierno. Esa es la verdad.
Por otra parte no hubo mejora institucional visible (con cosas inexplicables, como el apoyo a la reelección de Rovira, o el aval al fraude que se le hizo a Luís Juez en Córdoba) ni renovación de la política; a punto tal que el gobierno terminó con el PJ como centro de su construcción política y con alianzas a contrapelo de su discurso como con Rico en Buenos Aires y con Barrionuevo y Saadi en Catamarca. Aparecieron una vez mas sospechas de corrupción.
Producto de todo ello una parte importante de las clases medias que habían visto con simpatía al gobierno kirchnerista (el setenta por ciento de consenso que se alcanzó no se logra solo con pobres y trabajadores en nuestro país) comenzó a apartarse del mismo y hoy es fuertemente crítica. No vamos a subestimar la capacidad de los sectores dominantes de influir y ganarse a estos sectores medios pero, vamos, aquí la puerta para ello se la abrió el propio gobierno. Claramente.
Para concluir -y disculpen si nos extendimos, pero era necesario- el modelo kirchnerista de navegar a dos aguas en lo económico, en lo social y en lo político (algo que fue correcto en una primera etapa acorde a la correlación de fuerzas del momento) tocó su límite -por sus propias vacilaciones y debilidades- como posibilidad transformadora. Con apoyo precario y pasivo en los sectores populares, rechazo en la mayoría de los medios, fuerte desgaste político y prisionero de un PJ que mayoritariamente abreva en ideas mucho más reaccionarias, ya se agotó.
Pero no es cierto que esas sean -la de la derecha y la del oficialismo- las únicas dos alternativas que haya para nuestra nación. Hay otra que, como dice Martín Sabbatella en su discurso, debe partir del piso que puso el kirchnerismo (incluso en la batalla ideológica de todos estos años) y eludir el techo que dicho modelo manifestó.
Eso, en breves palabras, significa reivindicar sus planteos respecto de la defensa del mercado interno, del regional, de reindustrializar el país y recuperar el trabajo digno, la justicia y la movilidad social. Pero explicitar claramente que para llegar a todo ello, aquí no se trata de confiarse en la burguesía argentina. Esta debe tener su lugar en el proyecto nacional, pero el rol central le corresponde al Estado que tiene que intervenir directa y activamente en la economía. Que hay que afectar las rentas extraordinarias y usarlas para desarrollar el mercado interno -y también las exportaciones- a través de inversiones productivas y de infraestructura, de la elevación del nivel adquisitivo de los sectores populares y atacando paralelamente al núcleo duro de la pobreza actual con una batería de políticas de Estado. Que los recursos naturales estratégicos -en particular el petróleo- son de todos los argentinos y no de las grandes empresas. Como también que todo ello es posible si confiamos en el pueblo organizado y movilizado; concepto ajeno por completo al kirchnerismo. “Esto no es Venezuela ni Bolivia”, solían sostener en privado sus principales dirigentes. ¿Qué diría el General de eso, no?
Significa también reivindicar su política internacional, de DDHH y de crítica aguda al neoliberalismo. Pero cuestionar severamente su falta de voluntad de renovar la política en sus formas, sus partidos y dirigentes. Y su concepto profundo de que no hacía falta una construcción política nueva que sustentara el proyecto nacional en curso, para terminar -producto de ello- apoyándose en la dirigencia política tradicional. Esa que tiene ya en su gen la genuflexión con los poderosos y la corrupción. No hay argentina justa, libre, soberana y democrática de la mano de los partidos tradicionales. Un proyecto nacional y popular que pretenda derrotar a los poderosos de aquí y de afuera para hacer “un país en serio” necesita de un Movimiento político que con coherencia lo apuntale y lo defienda. Ese que no se animó a construir Néstor Kirchner por temor al PJ. Del que quedó en definitiva de rehén.
No son dos, son tres los modelos en pugna en nuestra Patria. Uno de la derecha, otro ya inviable y el tercero del campo nacional y popular que hay que reconstruir desde ya.
Humberto Tumini
Movimiento Libres del Sur
Movimiento Libres del Sur
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